No son las siete cuando
el aire acerca ese olor a pescado
que embrutece.
No son las siete,
tampoco es calle, ni puerta,
ni balcón, siquiera esquina
y huele a tarde de agosto,
huele a abandono.
Renuncia a la acción el verso
y el poema se torna advenedizo.
Lo que se desliza sabe
que siempre serán otros,
que el pájaro silba
el inicio de la noche
y cantará siempre,
repitiendo el mismo eco.
enero 2014