Y sabernos así huérfanos en la herida
Y sabernos
así huérfanos en la herida, y encontrarnos perdidos, en las noches vacías, en
las calles donde la gente, irresponsablemente se desplaza de un sitio a otro,
creyendo que van a algún sitio, creyendo, ilusos que son gente, que tienen vida
propia, que están vivos, que viven, que tienen su entidad, que son propietarios,
que tienen alma, cuerpo, corazón, que no SON una invención de alguien...
Y
oír como la sangre late, como impulsa, como enerva, como exige exagerada su
razón, como pretende unirse a otra sangre, derramarse y disolverse en otra
sangre, y teñir de rojo la oscuridad de los túneles, y ser arteria, ser motor,
ser vida.
Y sentirnos desvalidos y abrazar palabras y
escuchar verbos intentando aprehender alguno, cosechar metáforas y archivar
imágenes, como si se pudieran inmortalizar los momentos, como si tuviéramos
miedo de no volver a sentirnos felices, de no sentir ya nada hacia los otros,
hacia el enemigo que deambula vestido de amigo, como si importara algo que
estuviéramos buscando algo, ¿Y qué es lo que buscamos presos de unas pieles que
nos rechazan?, ¿Qué encontramos siendo carne cansada, rasgada, violada?
Y encontrarnos desnudos, en un abrazo que nos
acoja, en un abrazo cálido, un abrazo sin división, un abrazo sin lucha, sin
odio, un abrazo resistente, a la comodidad, a la nostalgia, a la futilidad, un
abrazo para enfrentarnos al miedo, un gran abrazo desnudo; solo así podremos
volver a vestirnos, y construir desde el vacío, que no es tal vacío porque lo
llevamos TODO encima, todo un rico ADN de vivencias y de dolor, de amor y
fracasos, de impulsos y agonías.
Y volver a la demencia de las rutinas, a los
sudores de las tareas innecesarias, a los fingimientos de la armonía y la
placidez, a la dominación del hombre por el hombre, a la derrota de los
valores, de los principios y de los finales, a la capitulación de la soberbia,
de nombrarnos seres humanos cuando somos bestias sanguinarias, cuando nos
volvemos hielo por no entender, por no perder tiempo, tiempo que por otra parte
perdemos irremediablemente, como si acaso pudiéramos retenerlo…
Y retomar
los itinerarios de la sordidez y la codicia, los paisajes de cemento, subidos en
nuestras cajas móviles, con nuestros rectángulos móviles en los bolsillos, que
son parásitos nuestros o nosotros de ellos, pues no se mueven, pero transmiten
voces, desesperadas, que buscan el encuentro, la voz única, el abrazo anhelado.
O añorar los
árboles, la tierra, hundirnos en el barro esperando que al secarse modele una
forma nueva, esperando quizás lo que nunca verán nuestros ojos, ni los extranjeros, ni los de nuestros
descendientes, esperando esos nuevos ámbitos, esa utopía posible, ese paraíso
irrenunciable, ese mundo nuevo.
Y mientras, sentirnos
inútiles, incapaces, impotentes y gritar, y sentir el griterío, ahí afuera, el
coro uniforme, la rueda de los esclavos expulsados de la ventura, que esperan su turno, que esperan que les
llegue la hora, que les llegue. . . el momento de expirar.
Y sabernos
así huérfanos en la herida, que es mía, tuya y de todos.
Félix Menkar, del poemario inédito “Desolación entre las revueltas”
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Hipersensibilidad
Sí, debe de ser eso, una
alteración genética, una hipersensibilidad, un estar aquí en la búsqueda y en
la huida, estar ebrio para no enfrentarse con la ferocidad cotidiana, para no
percibir con claridad esa sensación de haber perdido otra vez el camino, otra
vez sin cabeza en las noches de desorden y poesía. El mañana está marcado y la
plasticidad se hace más y más resistente ante otros modos, otros quehaceres,
sea ello piel, sangre o modelar alternativas.
Y hacer lo imposible, lo que
queramos, lo que podamos, en cualquier
lugar, no importa el tiempo, solo estar aquí, tratar de estar seguros,
con esta, la estirpe ambulante que hemos elegido, con los amigos a los que
miraremos a la cara, a los que estrecharemos manos y cuerpos. ELLOS, los niños
perdidos que se reencuentran en las soledades, que aprenden a leer poesía, que
se atreven a proponer, a viajar hacia delirantes encuentros, siempre en la
carretera, entre luces naranja, reflejos
y deformaciones bajo la lluvia radiactiva. Extraviados abren sus gargantas
entre el humo, abren sus retinas, son reyes del corazón, y sus conductos
cristalinos fluyen.
Y si no que hacer, ¿envejecer sin
más, buscando siempre Ítaca o Nínive o tras el conejo de Alicia?, ¿Quién no
quisiera agarrar algún cronopio para engancharse al mundo compasivamente?,
¿Y cómo no sustraerse al poder de ellas, las reinas de la creación, segregando vida en cascadas
de alegría, todas luz para los corazones ensombrecidos?
Pero hay otros por ahí, muchos, les
llamaremos mayoría, normalidad y corrección a veces asustados en ocasiones
perversos; y hay prohombres de la tecnología y el capital que fabrican --al levantarse-- situaciones en
que el odio y la maldad prevalecen, que toman sus decisiones, les llaman ‘la
verdad’ y empiezan guerras, que dicen malqueridas pero inevitables, ¿Cómo
seguir soportando tantos siglos de infamia?, ¿Cómo no expulsar a esos perros de
la asamblea de la humanidad?
¿Qué será pues la sensibilidad, no
estar cuerdo, no asumir lo televisado, no dar nada por sentado, no creerse las
mentiras, las crisis, la trampa de tenernos siempre medio ahogados,
siempre con miedo? Decir NO es fácil,
solo debes señalar, exponer y actuar. Ahora es un momento tan bueno como
cualquier otro.
Félix Menkar, del poemario inédito “Desolación entre las revueltas”